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José Ramón |
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Nunca
había visto el mar. Cuando ya presentía que quedaba mucho menos por andar
de lo que había caminado, sembrado y pastoreado…. Cuando las cosechas por
recoger y la hierba por segar se podían contar, los suyos lo llevaron a
Vigo. Era de justicia. Toda una vida dedicada a una tierra que ni siquiera
era suya, una vida entregada con generosidad fue recompensada con respeto,
cariño y ahora por fin cumplía un sueño. |
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José
Ramón contuvo las lágrimas porque era un hombre curtido y tenía el
espíritu domado. Sabía someter las emociones detrás de la sonrisa, pero el
brillo de sus ojos y el silencio ahogado en la garganta delataba, aun a su
pesar, la inmensa ola de sentimientos que le inundaba.
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Había viajado, claro que sí. Fue muchas
veces a Pontenova, a Meira, a Vilaboa y a la Hermida…. ¿Tal vez a Lugo? Y
cómo no… varias veces a Castilla. A segar en una tierra impensable donde
todo era inmensamente llano, seco y dorado. ¡Tan diferente…!
Nunca le abandonaría el recuerdo de aquella
maleta que "Ramón da Tía Manuela" de Folgueirúa le había regalado para el primer viaje.
Maleta de madera hecha con sus manos en la que José Ramón metería poca
ropa, algo de comida y muchos deseos y esperanzas. Varios años viajaron
juntos a la siega pero el último, como si la suerte del uno no pudiese
desligarse del infortunio del otro, volvieron el jornalero y su equipaje
sin ánimo de repetir. El uno enfermo y el otro deteriorado. |
Cuando
sus ojos vieron las olas, su voz enmudeció como cuando se ve a un dios. Se
enfrentaba cara a cara con aquella idea que se había ido formando con el
paso del tiempo en su mente. La televisión no le había mentido. Le había
dibujado perfectamente la imagen pero era sólo eso, una imagen. La
televisión no le había hecho llegar el olor a salitre, ni las diminutas
gotas que el viento arrastraba hacia su cara al romper las olas, ni el
sabor ligeramente salado que notaba en la punta de la lengua.
Y los barcos…. ¡¡Era verdadera magia que
aquellas enormes moles pudiesen deslizarse sobre la superficie!! A José
Ramón se le perdía la vista recorriendo las cubiertas, los cascos, los
puentes de mando, las gigantescas cuerdas de amarre. Miraba todo muy
despacio, en silencio, queriendo retener en su retina todos los detalles,
hasta que el estruendoso bramido de una sirena le sacó bruscamente de su
embelesamiento provocando el sobresalto y la consecuente carcajada….
José
Ramón, que no poseía tierra, ahora tenía ante sí toda la inmensidad del
mar. |
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