Navallo

 

No deja de ser paradójico haber terminado aquí, en tierra de emigrantes de la que tantos se van. De cómo acabé en el Navallo hay varias versiones, pero tal y como corresponde a un personaje como yo, mantendré la incógnita sin resolver, sin tomar partido por ninguna. Tal vez haya algo de cierto en todas ellas.

Por delante de mí he visto pasar cientos de veces carros cargados de hierba, “molido”, leña… Al ronco cantar de los ejes le fue sustituyendo el atronador sonido de los motores que tractores y segadoras producían camino de las fincas.

Por delante de mí he visto pasar también a todos los que se fueron. Seguramente llevaban proyectos ilusionantes en la mente pero también cierta tristeza en el corazón. Muchos de ellos los veo volver al menos una vez al año. A veces se acercan a verme y me cuentan sobre aquellos proyectos y sobre aquella tristeza que se transformó en sonrisa al tomar la curva de la carretera que sube hasta aquí.

Tal vez debido a mi rara apariencia he despertado ciertas simpatías entre las gentes de la zona. No es nada fácil, y lo era aún menos en el siglo XVIII, encontrar un negro en estas comarcas. Me colocaron en una pequeña,  pero muy acogedora capilla situada en el centro del pueblo, lugar verdaderamente privilegiado puesto que desde mi posición veo todo el movimiento de los que van y vienen.

Desde mi posición privilegiada en el altar de la capilla consagrada a mí “San Benito”, he visto reír y crecer a los niños, suspirar a los mozos y llorar a los viejos. Podría tranquilamente escribir miles de páginas con todas las cosas que me contaron en secreto. Deseos, penas, plegarias, también alegrías…. pero son secretos, mis secretos. Constituyen la esencia más íntima de todos los que vivieron aquí a lo largo de los siglos.

Los pocos que aquí quedan se fijaron como meta conservar el lugar y convocar a los suyos. No sin cierto orgullo tengo que decir que entre ellos, me ponen como excusa para volver de vez en cuando, sobre todo el Sábado Santo, que se celebra la festividad en mi honor.

Tampoco hace tanto que delante del altar, frente a mí, había en el suelo una loseta que evitaban pisar todos aquellos que querían casarse. Hoy contemplo, con simpatía he de reconocerlo, como se cambió el uso de una nave para convertirla en “disco-cuadra”, como se lucha por mantener vivo el pueblo con actos de hermandad entre antiguos vecinos, familiares y amigos y cómo también, dicen que gracias a mí, algunas caras nuevas aparecen de vez en cuando por los caminos del pueblo.

¡¡Cómo cambian los tiempos!! No hace tanto veía pasar, con dirección a Villarmide, a los mozos el Domingo de Ramos, cargando con desmesuradas ramas de laurel para competir por el ramo más grande. Esos mismos mozos partirían a principios de verano a segar a Castilla como jornaleros.

Quiero manifestar desde aquí que, aunque no sea el orgullo un sentimiento propio de santos, me siento orgulloso de los hijos del Navallo, reconocido por su devoción hacia mí y muy honrado por terminar aquí en este pueblo después de haber recorrido tanto mundo.

Desde esta ventana hacia el mundo quiero abrazar a todos los que de alguna forma tienen algún vínculo con el Navallo, invitar a los que nunca vinieron y recordar a los que ya estuvieron, que no se olviden de volver y contarme cómo les va.

Para saber algo más acerca de mi azarosa vida, dentro de este mismo espacio Web en "El Rincón de la Historia" podrán conocerme un poco mejor.

En la “Disco-cuadra”

Familia Gayoso-Acebedo

Procesión de “San Benito”