Vilarmide en la Guerra de la Independencia  (Por Alberto Paraje)

 

La sensación de alivio fue grande cuando, al amanecer del viernes siguiente, las casacas rojas del ejército asturiano, después de cruzar el río, se divisaron en la otra orilla marchando con celeridad hacia Poniente, acompañadas de incesantes redobles de tambor. Llegaban noticias de que Ribadeo había sido “reconquistado” el día anterior y que se preparaba una gran ofensiva sobre la capital de la provincia, Mondoñedo.

Pero poco dura la alegría en la casa del pobre: comenzaba a caer la noche del sábado cuando empezaron a aparecer de nuevo algunas casacas rojas, esta vez en pequeños grupos dispersos, con algunos heridos, en desordenada desbandada general. Después de haber tomado Mondoñedo durante a penas unas horas, los franceses les habían sorprendido al amanecer, recuperando la ciudad y marchando ahora detrás del desbaratado ejército asturiano.

Esta vez a la misa en Villarmide del domingo 5 de Febrero de 1.809 a penas acudieron algunas mujeres, ancianos y niños del propio pueblo. La gente permanecía en sus casas y aldeas, temerosa de la inminente llegada de los soldados franceses, rabiosos por el ataque que habían sufrido y precedidos por la fama de sus terribles tropelías. Las pocas provisiones que quedaban en las casas se escondieron como buenamente se pudo e incluso se llegó a dispersar por el monte parte del ganado.

Por fortuna para la gente de Villarmide, los franceses avanzaron más al Sur, por Ribeira de Piquín, donde establecieron un campamento con 800 hombres, desde el que hicieron algunas incursiones hacia Fonsagrada por Villarpescozo (donde saquearon la casa del ilustre relojero Lombardero) y más al Norte, por Riotorto, en cuya iglesia parroquial y rectoral se estableció temporalmente otro Regimiento.



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La opinión general era que la presencia de las tropas asturianas a lo largo del Eo, más que transmitirles seguridad, parecía atraer inevitablemente el conflicto. Además, desde la llegada de los soldados, sus provisiones se habían visto esquilmadas seriamente al ser “amablemente invitados” a colaborar en el aprovisionamiento de la tropa con pan, carne y vino, en una época del año en la que los hórreos aun estaban llenos de grano y la carne procedente de la matanza no se había vendido ni consumido. Por si esto fuera poco, comentaban los vecinos que el general al mando de las tropas asturianas, José Worster, que había establecido su cuartel general durante unos días en Vilaboa, no parecía tener muchas luces.

Aquella misma semana habían sido tomadas Mondoñedo y Ribadeo por el ejército invasor y la importante presencia que en los últimos días se apreciaba en los principales vados y puentes sobre el Eo de soldados españoles procedentes de Asturias, impecablemente pertrechados con uniformes de procedencia británica de casaca roja y calzón de lienzo, hacía temer a los habitantes de Villarmide que sus tierras, cultivadas con tanto esfuerzo, acabarían convirtiéndose en campos de batalla, arruinando su única fuente de subsistencia.

Mientras don Alonso recitaba los monótonos e incomprensibles latines dominicales, un cada vez más intenso rumor de nerviosos cuchicheos inundaba la atestada iglesia de Villarmide, hasta casi hacer inaudible al párroco. Por fin, terminada la misa, amparados de la fina lluvia en el atrio, los vecinos pudieron conversar sobre sus temores y la mejor actitud que podían adoptar ante el inminente conflicto.

La misa que se celebró en la recién reconstruida iglesia de San Salvador de Villarmide la fría mañana del domingo 29 de enero de 1.809 no fue una celebración normal. Habían acudido chapoteando por las embarradas corredoiras un número de feligreses mucho mayor al habitual, deseosos de conocer y comentar con sus convecinos las inquietantes novedades que iban llegando sobre la invasión de los franceses.

Las siguientes semanas fueron de tensa calma en Villarmide, esperando aparecer en cualquier momento a los franceses, aunque finalmente fueron las tropas españolas las que llegaron de nuevo a la zona ante el aparente repliegue de los invasores. A finales de Marzo de 1.809 el Regimiento de Cazadores de León tomó posiciones junto al puente de San Jorge de Piquín, a donde llegó el general José Worster procedente de Fonsagrada el día 29 de Marzo. En ese punto escribió Worster una carta al marqués de Santa Cruz informándole, entre otros asuntos, de que la zona de Villarmide y Villaboa quedaba cubierta por el Regimiento de Línea de Navarra, a las órdenes del comandante Pedro Linares, acantonado en Villaodrid desde ese mismo día 29 de Marzo.

La plácida primavera a orillas del Eo de las siguientes semanas volvió a tornarse en inquietud al conocerse que un imponente ejército francés, bajo las órdenes del mariscal Ney, había salido de la ciudad de Lugo el día 13 de Mayo con dirección a esta zona. Pero para tranquilidad general, fueron interceptados algunos correos franceses, por los que se supo que la intención de Ney era, una vez llegado a Navia de Suarna, no continuar el avance hacia el Norte y replegarse a Orense.

No sabían nuestros paisanos que era todo una artimaña de Ney y que nunca tan cerca habían estado de ser completamente aniquilados. Los correos franceses habían caído intencionadamente en manos españolas, proporcionándoles una información falsa para distraer su atención sobre el verdadero objetivo de aquella incursión francesa: Oviedo.

En una carta escrita por Ney el 21 de Mayo de 1.809 a José Bonaparte, así le explicaba su argucia, indicándole que era conocedor de la posición y número de efectivos españoles situados en Piquín, a los que afirma podría haber tomado por sorpresa y aniquilado el día 15 de Mayo, no habiéndolo hecho para mantener oculto a los nuestros su avance hacia Oviedo.

La operación francesa fue un éxito y Oviedo cayó el día 19 de Mayo, pero al menos evitándose que esta comarca fuese arrasada.